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 Muerte caliza

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Ashran
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Ashran


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MensajeTema: Muerte caliza   Muerte caliza Icon_minitimeMar Sep 09, 2008 2:24 am

Muerte tras la última batalla

Tras la última reunificación de Nehekhara nuestro imperio se había debilitado sistemáticamente hasta convertirse tan solo en una decrepita fuerza de lo que antaño había sido. Mi padre, que tras tanto esfuerzo había logrado lo que antes parecía imposible, es decir, reunificar toda Nehekhara bajo un solo estandarte, me había legado un reino débil y asolado por multitud de guerras internas.

Y ahora yo tenía ante mi la ardua tarea de conseguir convertir esa tierra en un lugar prospero para las próximas generaciones, pero ante nuestra debilidad los enemigos del reino no tenían ninguna compasión, y los ataques y los saqueos se producían de forma continuada a lo largo de toda nuestra frontera. No obstante se trataba de un mal menor en comparación con la amenaza que ahora nos acechaba des del norte.

Había llegado a mis oídos que el traidor había vuelto dirigiendo una horda no muerta, estaba claro que en el estado actual del reino nada podría frenar el avance de Nagash y su abominable ejercito, pero el orgullo khemriano era conocido a lo largo y ancho de todo el mundo y los dioses sabían que nada impediría que lucharan hasta la muerte para defender sus tierras, por miserables que estas fueran...

Reuní a todos los hombres posibles en la primera de las grandes ciudades de nehekhara por el norte. Numas disponía de la mejor posición para defenderse de un ataque y de las murallas más gruesas del imperio. Torretas y atalayas completaban una ciudad que hasta el momento había sido inexpugnable, pero Nagash era arrogante, y podía estar seguro de que menospreciaría al reino que lo había desterrado más de cien años atrás, pero lo que él no era capaz de comprender es que cada uno de los habitantes de Nehekhara vendería cara su vida y que no habría una victoria fácil.

Al cabo de tres días de espera en la ciudad, sonaron las trompetas de alarma, había llegado la legión no muerta y en un momento todo soldado estaba colocado en su posición, las murallas y las almenas repletas de arqueros y en la reserva innumerables guerreros preparados a hacer frente a cualquier intento de atravesar las murallas, la defensa sería acérrima. Pero me guardaba un as en la manga, tras una colina en el flanco derecho de la ciudad, que los ocultaba perfectamente, se encontraban escondidas todas las escuadras de carros y todos los caballeros que había podido reunir, cuando las murallas estuvieran a punto de caer y el ejercito no muerto estuviera un poco diezmado, todos ellos saldrían a la desbandada y castigarían fuertemente la retaguardia del enemigo, que se encontraría encerrado entre las muralla y ellos. Sabía que esto no sería suficiente, pero con un poco de suerte conseguirían diezmar considerablemente la pesadilla que suponía el ejército de Nagash para toda forma de vida.

Cuando estuvieron a distancia de lance di la orden, y miles de flechas zumbaron por el aire destrozando cientos y cientos de esqueletos, que dirigidos por el afán de Nagash de conquistar Khemri no dejaban de avanzar ni un solo momento. Podía parecer un esfuerzo inútil pero no tenían otra opción que luchar por sus vidas.

De hecho, al ver la muerte tan próxima muchos habrían huido, pero los khemrianos nunca habían huido de una batalla y además, esta vez contaban con la supervisión de un rey que gobernaba sobre todos los territorios y que daba esperanza para un futuro mejor del que habían tenido sus antepasados, la cual cosa disipaba cualquier duda que sus corazones pudiesen albergar.

Cuando las tropas no muertas llegaron a las puertas de la ciudad, ni las gigantescas murallas pudieron contenerlos y los esfuerzos de los soldados khemrianos que se encontraban ahí apostados parecían ser en vano.

La superioridad numérica del enemigo era tan aplastante que era inevitable que el miedo cundiera entre nuestras filas y llenara los corazones de todos los ahí presentes, así pues, y sabiendo de que moriría inevitablemente, di la orden para que las escuadras de carros y los jinetes salieran de detrás de la colina y arremetieran duramente contra la retaguardia no muerta. Al mismo tiempo me uní a la defensa de las murallas al grito de “Por los dioses!” y vi como algo cambiaba en el corazón de los khemrianos, de nuevo, volvían a tener confianza y el miedo se convirtió en odio y rabia, creo que habían superado el miedo a la muerte y ahora, ante los dioses, eran invencibles.

Al cabo de un tiempo la carga sorpresa fue detenida por las montañas y montañas de despojos y huesos que se habían acumulado, ya sin vida, tras su dura arremetida y que daban constancia de los millares de esqueletos que habían perdido la no vida bajo las ruedas de los carros y los cascos de los caballos. Y entonces todo quedo fundido en un mar de esqueletos, se habían perdido todas las líneas de batalla y ya solo quedaban reductos de hombres que luchaban hasta que la muerte o el cansancio les daban caza… Su enemigo no mostraba cansancio ni debilidad y era fácil morir aplastado bajo una montaña de esqueletos. Yo peleaba junto a un pequeño grupo de los mejores guerreros, un instinto me decía hacía donde debía dirigirme para encontrar al traidor y mi poderoso mayal, que parecía poseído de un poder ancestral y sobrehumano, nos abría paso matando decenas de esqueletos cada vez que lo blandía. Y cuando ya creía que mi fin estaba muy cerca conseguí verlo ,rodeado de diversas criaturas sobrenaturales, y entonces mi cuerpo recuperó toda su energía durante unos pocos segundos y usé toda mi fuerza para lanzar mi arma hacia él, hacia Nagash, y ya mientras estaba siendo atravesado por multitud de espadas vi como mi arma golpeaba en esa horrible criatura y le destrozaba la mitad de su cuerpo, y hasta que la sangre nublo mi vista pareció que le había matado, pero antes de morir vi como se volvía a levantar, había fracasado…

Tras eso Nagash sembró la muerte por todo nehekhara que se conviertió en las tierras desoladas que ahora conocemos.


Última edición por Ashran el Mar Sep 09, 2008 1:47 pm, editado 1 vez
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Ashran
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MensajeTema: Re: Muerte caliza   Muerte caliza Icon_minitimeMar Sep 09, 2008 2:26 am

La reconquista

Las ordenes de nuestro todopoderoso rey y faraón, encarnación de los dioses en la tierra, habían sido totalmente claras, y ya no había marcha atrás.

Settra, tras reunir el ejército más grande de toda la historia y así acompañado por una legión de guerreros que en su vida anterior habían formado parte de los poderosos ejércitos de Nehekhara, se disponía a recuperar todas las tierras que durante su longevo reposo le habían sido usurpadas.

Tal inmensa legión hacia temblar la tierra a su paso firme e inhumano, y como si de una plaga de langostas se tratara se disponía a arrasar con todo atisbo de vida que tuviese la mala fortuna de cruzarse a su paso. Des de luego Settra no sería piadoso.

Mientras tanto varios sacerdotes nos habíamos reunido en asamblea para, siguiendo sus ordenes, levantar un pequeño ejércitos de elite que se encargaría de medirse con pequeños ejércitos enemigos con los que el grueso del ejercito no podía entretenerse, y es que los planes de Settra parecían estar calculados hasta el más mínimo detalle, des de luego se notaba que había tenido miles de años de reposo para planear la reconstrucción de su reino y vengarse de todos aquellos que no habían respetado su nombre y sus tierras.

Nos encontrábamos en la sala del trono de Ramsés II y el sumo sacerdote Akhenotep presidía la ceremonia de resurrección que permitiría despertar del sueño eterno a uno de los primeros grandes reyes que tuvo nehekhara. Para conseguir despertar a un rey se necesita un gran poder y la única forma de conseguirlo es siguiendo un antiquísimo ritual que solo los sumos sacerdotes pueden llevar a cabo y que necesita de la participación de una veintena de sacerdotes cantando al unísono. Yo tan solo era un eslabón más para que el ritual se llevara a cabo, pero el hecho de que me hubieran asignado como ayudante del hierofante que se encargaría de mantener la energía vital de ese pequeño ejercito me llenaba de orgullo y me vinculaba de forma especial en cada una de las invocaciones que habíamos realizado, de las cuales la del rey sería la última de todas ellas, la más poderosas, y la que cerraría todo el ritual.
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MensajeTema: Re: Muerte caliza   Muerte caliza Icon_minitimeMar Sep 09, 2008 2:26 am

El despertar

“Nooooo!!!” grité a la vez que me despertaba de lo que parecía haber sido un largo sueño, me costaba respirar y el corazón palpitaba apresuradamente. Todo estaba bajo una oscuridad absoluta y el aire estaba rancio, pero algo en mi interior me decía que estaba en un lugar conocido, ¿Estaba entonces en mi cama? ¿Había sido todo una horrible pesadilla? Yo quería abrir mis ojos pero parecía como si mis parpados pesasen demasiado.

Entonces empecé a oír en la lejanía un rumor de lo que parecía ser un profundo y religioso cántico, primero oí una voz que se alzaba por encima de todas las demás “Peri Em Heru, Peri Em sulam, Peri Em su ankh” repetía la voz una y otra vez, y por consiguiente y al unísono un grupo de voces contestaban “Duat Aaru, Kitab al-Mayitun, Duat Sesem”. Poco a poco lo que parecía ser un ritual sagrado que hablaba de un estadio entre la vida y la muerte, empezó tomar forma en mi cabeza y se fue intensificando hasta que solo fui capaz de oír una voz sepulcral que parecía venir del más allá y me decía “Sasha…, Sasha…, Sasha…. Despierta!” y pude ver una pequeña luz muy intensa en el horizonte y mi cuerpo se volvió muy liviano y fui hacía esa luz como atraído mágicamente por ella. Y entonces pensé que viajaba hacia el Mejbe, hacia el cielo, pensé que realmente esa cruenta batalla no podía haber sido un sueño, y la luz fue llenándolo todo a mí alrededor, hasta que solo hubo luz y los cánticos que persistían en mis oídos. Y de golpe abrí los ojos.

Me encontraba en una sala funeraria, ¡mi sala funeraria!, y había un grupo de sacerdotes a mi alrededor, pero por extraño que parezca no conseguí ver atisbo de vida en sus ojos, y entonces lo entendí todo, había vuelto a la vida des de la muerte, me había convertido en un ser despreciable, y poco a poco lo único en lo que podía pensar era en la venganza, en la venganza hacia Nagash, en la venganza hacia el mundo que había permitido que una cosa así sucediese y en el deseo de matar…
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MensajeTema: Re: Muerte caliza   Muerte caliza Icon_minitimeMar Sep 09, 2008 5:58 pm

Historias del Oasis

Bienvenido a mi humilde campamento, señor. Por favor, siéntate y descansa. Una de mis sirvientas se ocupará de ti. Aquí, en el Oasis de los Mil y un Camellos, todos somos amigos. Este paraíso en medio del desierto es el último refugio que queda en una tierra olvidada por los dioses. Aquí los vivos pueden descansar tranquilos, puesto que saben que seguirán vivos cuando llegue la alborada. Ahí afuera, en el desierto de Nehekhara, los muertos caminan igual que los vivos y solo un valiente o un loco se atreve pisar esas tierras. ¿Cuál de los dos eres tú, amigo? Mi nombre es Suli y tan solo soy un humilde mercader, pero mi sabiduría acerca de estas tierras es grande y quizá deberías escuchar mi historia antes de partir de nuevo.

He viajado innumerables veces por las tierras de Nehekhara y el miedo sigue asaltándome cada vez que pongo un pie en sus arenas. Las ruinas de Bel Allad se encuentran a medio día de camino de aquí. Una vez fue una esplendorosa ciudad y el hogar de mi familia. Pero eso fue antes de que llegaran los que no tienen sueño. Cuando era un niño, me contaban historias que no me dejaban dormir sobre muertos que no descansan. Eran historias tan fascinantes como las que hablan de genios encerrados en lámparas de latón o de alfombras voladoras que surcan los cielos.

Pero un día la dirección de la fresca brisa otoñal cambió. Durante meses sufrimos las tormentas de aire caliente y arena que llegaban del Este. Los campos de cultivo de anegaron de arena y enormes dunas se formaron alrededor de los muros de la ciudad. Aunque la gente empezó a morir de hambre y sed, teníamos la esperanza de que las tormentas acabarían algún día.

Y fue entonces, durante el festival en honor al dios Djaf, cuando presencié el horror que aún hoy me visita y me atemoriza en mis sueños. La calle estaba llena de gente festejando cuando, sin previo aviso, el cielo se tornó negro. Como si hubiera sido invocada por la más oscura de las magias, una tormenta de arena avanzó como un torbellino sobre las murallas de la ciudad. Llegó del mismísimo cielo y asoló todo cuanto encontró en su camino. Mi gente buscó refugio desesperadamente, pero, incluso cuando la tormenta había pasado, nuestro sufrimiento parecía no acabarse. Del este llegó un gigantesco enjambre de insectos y el zumbido de sus alas se hizo atronador cuando estuvo sobre nuestras cabezas. Nos atacaron ferozmente y las calles se llenaron con nuestros cadáveres. Rodearon a mi pueblo y los que todavía podían huyeron aterrados. Solo un puñado de nosotros sobrevivimos y solo yo, Suli, he vuelto a aquel lugar.

Fue unos cuantos años después. Yo tan solo era un muchacho que trabajaba con mi tío como camellero. Nuestro grupo había recorrido el desierto durante varios días, acampando ocasionalmente con las tribus del desierto (que saben dónde encontrar agua en estas malditas arenas). Habíamos sido contratados como guías, a cambio de una considerable suma de dinero, por un hombre que servía a un coleccionista de antigüedades. Querían llegar a las ruinas de la fabulosa ciudad de Khemri.

Me pareció estar soñando cuando vi las grandes pirámides por primera vez. A muchos kilómetros de distancia podía verse una pirámide negra que dejaba pequeñas a las demás. Incluso bajo el duro sol del desierto sentí un escalofrío cuando vi el monolito erigido por Aquel que No Debe Ser Nombrado. Cuando nos acercamos me sentí mareado por la impresión de ver que toda la ciudad se componía de gigantescas pirámides. La más pequeña de ellas tendría trescientos metros de altura y la más alta se hundía en el cielo. Eran tan numerosas que parecían una cordillera y desde lo alto de la duna pude divisar el laberinto de avenidas que formaban estas antiguas tumbas.

Acampamos en la antigua ciudad, insignificantemente pequeña en comparación con la ciudad de los muertos. Se dice que es el lugar más seguro de la región, ya que ni los muertos se atreven a entrar en ella. El extranjero que nos había contratado partió con la puesta de sol y un pícaro como yo no podía hacer otra cosa que no fuera seguirle.

Él y su sirviente cruzaron el desierto y entraron en la ciudad prohibida. Aunque estaba deseoso de ir, mi tío me cogió de la oreja e impidió que los siguiera. Pasaron tres días y nos cansamos de esperar. Mi tío decidió que nos marcharíamos a la mañana siguiente. Cuando supe esto, esperé a que llegara la noche y entonces me escabullí en la necrópolis. Era fácil seguir las huellas del extranjero, puesto que en la ciudad de los muertos hasta el viento camina en silencio. Después de muchas horas siguiendo sus pasos y de pasar por el mismo sitia en algunas ocasiones, llegué hasta una pirámide.

Aunque la entrada permanecía abierta, no me atreví a entrar, y solo esperaba el momento en que el extranjero saliese con un saco lleno de oro y gemas. Pasaron muchas horas y me dormí soñando con las riquezas que extraería de aquel lugar. Me desperté al sentir una presencia a mi lado. Adormilado, abrí los ojos pensando que se trataría del valiente extranjero. Pero no fue así y nunca olvidaré lo que vi ante mí. Un ser ataviado con vestiduras rituales y una extraordinaria corona de oro se hallaba a mi lado. Estaba cubierto de vendajes y las cuencas sin vida de sus ojos me lanzaron una mirada que penetró hasta lo más profundo de mi alma. En una mano portaba una espada de gemas incrustadas de cuya hoja aún goteaba la sangre. En la otra, llevaba cogida por el pelo la cabeza del extranjero. Me levanté, al tiempo que imploraba a los dioses por mi vida, y corrí como alma que lleva el diablo mientras las manos de una docena de esqueletos intentaban agarrarse a mis ropajes. Aunque me lanzaron flechas, era joven y rápido y conseguí escapar.

Agradezco a los dioses que me mostraran un camino para salir de la necrópolis, ya que muchos no han sido tan afortunados. Mi tío me encontró tendido sobre la arena. Exhausto y asustado le conté lo que había pasado. Partimos inmediatamente y, desde entonces, mi tío no ha vuelto a aquel lugar.

¿Por qué sigo viajando por estas tierras después de aquello? Todos los días me hago esa pregunta. Mientras esperaba la vuelta del extranjero, mi cabeza se cegó en el brillo del oro y las joyas. Las riquezas, amigo mío, son un fuerte antídoto contra el miedo y, créeme, he visto parte de las riquezas que se esconden en estas tierras. He guiado a muchas expediciones por estos desiertos. Este lugar, aparentemente árido y vacío, está lleno de suntuosos paraísos enterrados en sus arenas. Solo necesitas alguien que te guíe hasta ellos y tener un corazón valeroso.

Si lo deseas, te guiaré a través del desierto por una pequeña suma de dinero. Sin mi ayuda, no llegarás ni a las Charcas de la Desesperación. No sé qué tipo de magia habrá creado tales espejismos, pero en cuanto te adentras en el desierto y tus reservas de agua se acaban, un exuberante oasis aparece ante tus ojos. Los hombres se vuelven locos persiguiendo lo que no es más que una visión. Hace solo cuatro días, encontramos los restos de un desgraciado que había muerto así. Su cantimplora estaba llena de arena y había encontrado la muerte al tragar arena creyendo que se trataba de la fresca agua de un palmeral.

Veo en tus ojos que todavía piensas que no me necesitas. Aunque fueras capaz de vencer espejismos y visiones, ¿hacia dónde caminarías? Quizá hacia el Norte, donde se encuentran las ruinas de Zandri. Este es el lugar en el que se besan el Desierto y el Gran Océano y en el que el puerto de mar se alza junto al delta del río Mortis. En otro tiempo, el Rey Amenemhetum gobernó esta ciudad y a sus gentes. Durante su reinado, partió una gran flota y surcó los mares y los ríos para conquistar la tierra en nombre de Ualatp, el dios buitre. Su reino se extendía al norte y, bajo su gobierno, Zandri se convirtió en un lugar próspero y fabuloso. Ahora la ciudad yace destruida y sus calles permanecen en silencio. En cambio, los mares de Zandri continúan teniendo su antiguo esplendor. Cuando el Oscuro despertó a los reyes de antaño, estos se dedicaron a pelearse entre ellos por los restos de un imperio en ruinas. Amenemhetum, en cambio, se conformó con mantener el título de rey de los océanos. He visto galeras reales navegar por el Gran Océano con mis propios ojos. Estas barcazas, aunque viejas, aún retienen la gloria de antaño. Aun muerto, el rey navega por las aguas acompañado de ejércitos de remeros esqueléticos que bogarán por toda la eternidad. Ninguna costa está a salvo y hasta el más avezado capitán de navío virará en redondo cuando divise a lo lejos esta fantasmagórica flota. La costa del río Mortis está llena de barcos piratas hundidos cuyos capitanes abordaron la flota del rey convencidos de apoderarse de sus tesoros.

Quizá tus pasos te dirigieran al Este, puesto que allí se encuentra la ciudad de Numas. Se trata de una ruta traicionera y por la que el viajero debería avanzar con sumo cuidado. Pasarías junto al Manantial de la Vida Eterna. Pero, aunque tus cantimploras estuvieran vacías (como seguramente ocurriría) cuando llegases a este punto, nunca debes beber de esta agua. He visto a un hombre hacerlo y, créeme, no envidio la inmortalidad que obtuvo. En cuanto sus labios probaron el agua, su piel empezó a agrietarse y amustiarse y la muerte le alcanzó en cuanto las primeras gotas de agua llegaron a su estómago. En segundos no quedó de él más que su esqueleto, que, aún con vida, se adentró en el desierto.

En Numas conocen mi nombre y soy bienvenido. Además, soy una de las pocas personas a las que se les permite el paso. Numas ha vuelto a la vida y los cultivos prosperan alrededor de los muros de la ciudad. Es un lugar maravilloso y, después de varios siglos, las pirámides han recuperado su antigua magnificencia. Pero no pienses que sus habitantes te darán la bienvenida. Los escitanos son una tribu nómada del desierto que llegó a Numas para adorar a su dios. Piensan que el príncipe de Numas es una manifestación de su dios y por eso dedican la vida a su servicio. Cada día se dirigen a la necrópolis para proteger las tumbas de todo aquel que pretenda profanarlas. El príncipe gobierna tanto a los vivos como a los muertos y ambos grupos viven en armonía. Estos nómadas patrullan por el desierto y advierten al príncipe Amon-Ra de cualquier intrusión en su reino. A cambio, los nómadas pueden habitar esta ciudad protegidos por soldados que nunca duermen (aunque no me preguntes como alguien puede sentirse a salvo protegido por muertos vivientes).

Cuando el príncipe va a la guerra, sus carros son tirados por caballos escitanos de pura sangre: vivos y muertos luchando codo con codo. Se dice que, cuando muere un nómada escitano, su cadáver se abandona en el desierto para que los carroñeros den buena cuenta de él. Cuando han transcurrido cuarenta días, su esqueleto se lleva a Numas para que sea preparado par el despertar y pueda servir al príncipe como lo hizo en vida.

El reino de Nehekhara es inmenso. Al otro lado de las montañas se encuentran las ciudades de Mahrak y Beremas y, por supuesto, los afamados templos de Lahmia. En ellos sigue celebrando sus rituales la reina Neferata, que ha gobernado esa ciudad durante cientos de años. No obstante, para llegar a estas ciudades, debes cruzar antes el Valle de los Huesos, también conocido como Valle de los Reyes, pero que los nómadas conocen como Valle de los Muertos. En la entrada al valle se encuentra el palacio de Quatar. Excavado en la mismísima roca, se trata sin duda de un imponente lugar. Aunque he viajado por toda la tierra de Nehekhara, nunca he visto una construcción arquitectónica tan bella. Grandes columnas de roca acompañan al visitante por el centenar de escalones que llevan hasta las puertas del palacio. A lo largo del valle puedes encontrar colosales estatuas esculpidas en piedra que representan reyes y dioses. Se cuenta que un poderoso hechicero, capaz de animar estas estatuas, se ha aposentado en el palacio. Si eres inteligente, te mantendrás apartado de este lugar, puesto que ninguno de cuantos han intentado cruzarlo ha vuelto para contarlo. Y, aunque sobrevivieses, ¿qué te espera más allá?: Lamía la Maldita, una tierra afligida en la que prospera el mal.

Y hay un lugar al que no iría ni por todo el oro del mundo. Nunca vayas al Sur, puesto que allí el mal está por todos lados. Aquí es donde Arkhan construyó su negra torre. Arkhan, que combatió junto a Aquel que No Debe Ser Nombrado. Arkhan, que aniquiló innumerables tribus nómadas e hizo todo cuanto estuvo en su mano para que el mal caminase sobre las arenas del desierto. Tras su muerte, la torre permanece abandonada y ni siquiera los escorpiones se acercan a ella.

He oído que la torre vuelve a estar habitada, pero nadie podrá decir nunca quién vive allí, pues cada anochecer la torre se desvanece para aparecer en otro lugar al amanecer. Los nómadas aseguran que se trata de Arkhan, que ha vuelto de entre los muertos y pretende sembrar el terror de nuevo. Esto, sin duda, es una mala noticia, puesto que, si Arkhan el Negro ha vuelto, poco tardará su amo en regresar entre los vivos. Si los rumores son ciertos, comprobaremos que los reyes funerarios a quienes tanto tememos pronto se convertirán en nuestros salvadores.
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Ashran
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MensajeTema: Re: Muerte caliza   Muerte caliza Icon_minitimeMar Sep 09, 2008 7:59 pm

Profanadores de tumbas

El ruido del metal chocando contra la piedra retumbó por los corredores de la antigua tumba. El rey Phar abrió la tapa de su sarcófago ricamente ornamentado y se incorporó escrutando la cámara funeraria en la oscuridad con las cuencas de sus ojos vacías.

“Deja ezo Gribbit, no vale un pimiento” graznó una voz.
“Zilencio Ragwort, el kaudillo kiere las ezpadas máz grandez y ezta, ademáz, reluce como el zol”, le contestó otra voz.

Gribbit pasó por encima de un montón de lanzas y escudos portando una grande y dorada espada curva. Se acercó a su camarada goblin, que revolvía en un cofre lleno de joyas. Ragwort solo paró de colgarse collares al cuello cuando se dio cuenta de que, como siguiera, no podría andar.

La pequeña estancia se iluminó de pronto cuando las antorchas de las paredes se encendieron. Ambos goblins dejaron caer todo cuanto tenían en las manos y se abrazaron el uno al otro, muertos de miedo. Las dos criaturas llevaban tanto tesoro encima que no pudieron huir de la espada que descendió para rebanarles el pescuezo, portada por una esquelética figura que había aparecido ante ellos súbitamente.

La figura envuelta en vendajes abandonó la cámara y caminó despacio por corredores por los que nadie había caminado en siglos. Se paró ante una pared de piedra y alargó su mano huesuda para pulsar un pequeño saliente. La roca se movió lenta y pesadamente y ante la figura se abrió un pasadizo que había permanecido oculta hasta entonces. La luz del desierto entró a través del corredor e iluminó estancias que nunca antes habían visto el sol.

Desde aquella posición elevada, el rey Phar miró a su sirviente y, en una lengua ya olvidada, le dijo:
“Sacerdote, invoca a mi ejército.”
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Ashran
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MensajeTema: Re: Muerte caliza   Muerte caliza Icon_minitimeMiér Sep 10, 2008 2:09 am

Reviviendo días de gloria

El rey Phar se mantenía inmóvil sobre su carro de guerra. Escuchó los tambores tribales de los Orcos avisando a sus camaradas de que el ejército enemigo se aproximaba. Este sonido le trajo buenos recuerdos de cuando hacía la guerra y la sangre aún fluía por sus venas. Recordó cómo tensaba su arco montado en su carro de guerra y abatía al enemigo con sus flechas. Como un dios. Recordaba dejar caer su jepesch sobre sus enemigos mientras el dios sol le sonreía y brillaba en su robusto pecho. Entonces, los sonidos del tambor siempre le habían enardecido el ánimo. Ahora no sentía otra cosa que no fuera compasión por estas pobres criaturas. Estos seres no habían sido capaces de desarrollar una civilización en dos mil años y era el momento de erradicarlos de la faz de la tierra. Los pieles verdes se agolparon ante la puerta de su fuerte. Aunque parecían un grupo sin organización, el Rey sabía que no debía subestimar las habilidades que estas criaturas tenían para la guerra. En pocos minutos, los Orcos habían cerrado filas y marchaban hacia su ejército como una gran marea verde. Al tiempo que avanzaban, emitían rugidos guturales que resonaban por encima del clamor de los tambores.

Phar se dio cuenta de que su falange, aunque mucho más disciplinada, resultaba ridículamente pequeña en comparación con la horda que avanzaba hacia ellos.

“Majestad”. El rey Phar se mantuvo impasible mientras el sacerdote funerario proseguía. “¿Cuál es vuestra voluntad?”.

El rey giró su esquelética cabeza coronada y miró a los arqueros. Con solo alzar su espada, los arqueros sembraron el cielo de flechas. Antes de que la primera andanada de flechas mordiese a su objetivo, una segunda descendió silbando sobre los Orcos. El rey Phar sintió su corazón satisfecho al ver al ejército enemigo revolverse y aullar cubriéndose la cabeza con las manos. Docenas cayeron víctimas de la primera oleada de flechas; la segundo llegó como un golpe de mar sobre el rompiente de un acantilado y sesgo aún más vidas. En unos minutos, las filas de los pieles verdes estaban completamente desorganizadas. Los Orcos emprendieron una frenética huida hacia su campamento y la batalla parecía ganada tras los primeros embates.

Fue en ese momento cuando se oyó el pesado trote de unas herraduras golpeando contra el suelo. Por el portón del fuerte apareció bufando un gran jabalí, montado por un musculoso y poderoso Orcos. El caudillo llevaba puesta una armadura finamente tallada y, montado en su jabalí, gritaba órdenes a los orcos que pasaban huyendo junto a él. Sin duda, los pieles verdes tenían más miedo a su jefe que a las flechas del rey y detuvieron su carrera para volver a encararse con el ejército de Phar. Arrendados por la fuerza bruta de su caudillo, comenzaron la carrera hacia las tropas del rey funerario sin que ahora parecieran importarles los mordiscos de las flechas. El rey Phar hizo un gesto e, instantáneamente, como un solo hombre, los arqueros formaron en bloques defensivos. Por entre los huecos creados por estos compactos grupos, aparecieron la caballería esquelética y los temibles carros de guerra, al frente de los cuales iba el mismísimo rey. De repente, una sombra se abalanzó sobre las tropas del defensor de las dunas. Phar tuvo tiempo de apreciar como una gran roca se estrellaba contra sus bien formados soldados, se escuchó un gran estruendo de huesos rotos y armas que caían al suelo y, cuando el rey Phar dirigió su mirada hacia el lugar, vio que una escuadra de arqueros había desaparecido casi por completo. Al volver la cabeza, descubrió que otra de estas imponentes rocas se les venía encima. Dirimiendo el problema, Phar, recitando un cántico ancestral, convocó un golem escorpión que emergió de la arena justo a los pies de las catapultas que les acosaban. Sus enormes pinzas seccionaron a uno de los miembros de la dotación del artilugio instantes antes de que su mortal aguijón se lanzara amenazadoramente hacia delante y picada al resto de encargados de la catapulta. El ataque cogió tan de sorpresa a los orcos, que los pocos que sobrevivieron, salieron huyendo mientras daban el grito de alarma.

Los invasores Orcos estaban tan cerca ahora de las tropas del rey Phar que este podía ver los salvajes trofeos que colgaban de sus cuellos. Entre los colmillos y cráneos con los que adornaban su cuerpo, el rey pudo observar joyas de oro que habían pertenecido en vida a su tesoro. Tranquilo, el rey tomó el flagelo que portaba en su carro. Hacía tiempo que no había utilizado esta arma y la balanceó un poco en su mano para acostumbrarse a su peso. La ornamentada empuñadura del arma acababa en una serie de cadenas de las que colgaban las calaveras de enemigos conquistados. Por un momento, los cráneos entrechocaron entre sí y esto provocó una pequeña descarga de energía en forma de diminutos relámpagos. Phar arreó a sus caballos y el carro fue tomando velocidad poco a poco.

Siguiendo su ejemplo, el resto del ejército del rey se lanzó hacia delante para encontrarse con el ejército de Orcos. Entonces el rey señaló el carro de guerra que avanzaba a su lado. El portador del símbolo funerario entendió lo que su rey quería decirle y comenzó a agitar su estandarte, que llevaba inscritos jeroglíficos que narraban las gestas en las que había participado este soldado. En vida, este guerrero había sido el más poderoso campeón de Phar y el guardaespaldas personal del rey: ahora, tras la muerte, seguía combatiendo al lado de su señor. El flanco derecho de lo Orcos se vió sorprendido cuando aparecieron de las mismísimas arenas docenas de jinetes esqueléticos. El ataque sorpresa que realizaron contra los pieles verdes tuvo un efecto devastador y el rey ordenó al resto de sus carros y de su caballería que cargasen aprovechando la confusión. Los carros de guerra ricamente ornamentados chocaron contra el enemigo y sus ruedas adornadas con oro aplastaron los cráneos, los tórax y los fémures de sus enemigos. Los Orcos intentaron huir de esta arremetida, pero las lanzas de los soldados de infantería empezaron a dar buena cuenta de ellos. Phar pisoteó varios cuerpos con su carro antes de encontrarse cara a cara con los jinetes de jabalí, sorprendidos ante el ímpetu del ataque enemigo. Phar localizó al caudillo orco y lanzó su carro contra él con un violento galopar. Levantó su arma por encima de la cabeza y la hizo descender formando un arco perfecto. El caudillo se echó a un lado para evitar la colisión, pero fue demasiado tarde; el carro del rey impactó fuertemente contra su montura.

Sin saber cómo, el caudillo orco se vio en el suelo. Todavía orgulloso, el Orco intentó levantarse y golpear a Phar con su gigantesca rebanadora. Pero, aunque el piel verde era rápido y fuerte, pero el flagelo real ya hacía varios segundos que había sido lanzado sobre su cabeza. Los cráneos del arma de Phar golpearon violentamente al caudillo orco antes de que este pudiera siquiera pensar en llegar a herir al rey. Ver caer a su caudillo era mucho más de lo que los Orcos podían soportar y su valor desapareció al mismo tiempo que la vida de su líder. Sin más miramientos, los Orcos tiraron sus armas y salieron huyendo en dirección a las montañas.

Mientras sus guerreros recuperaban las piezas de su tesoro y se lo entregaban a los sacerdotes funerarios, el rey Phar observó la tierra que se extendía a su alrededor. Durante su reinado había limpiado de Orcos la mayor parte de aquella región montañosa. Pronto volvería a conquistar este lugar; pero por ahora, estaba satisfecho porque sabía que había alejado la amenaza de los Orcos y que podría descansar en paz por algún tiempo.

Más tarde, en las ruinas de Mahrak, las antorchas de la cámara del tesoro se consumieron y el tesoro que había en ella volvió a desaparecer en la oscuridad. Dentro de su sarcófago, el rey Phar volvió a cerrar los ojos mientras sus brazos descansaban cruzados sobre su pecho. En una de sus manos sostenía el hela y, en la otra, el nehaja de cráneos, del que ahora colgaba un nuevo cráneo con grandes colmillos.
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